A principios de la primera década de este siglo, allá por el año 2004 se inicio lo que ahora llamamos el boom o la burbuja del ladrillo, cuyas consecuencias todavía hoy estamos pagando.
Especulación, promesas de riqueza, turismo, campos de golf y un Ayuntamiento saneado económicamente, gracias a los nuevos ICIOs y tasas urbanísticas y a los futuros nuevos IBIs.
Eran los años de los Planes de Actuación Integral (PAIs), planes parciales y planes interiores, todos ellos sumaban la friolera de una docena. Los proyectos se acumulaban en las oficinas municipales y las previsiones apuntaban muy alto.
Monóvar pasaría, en veinte años, de 12.624 a 57.000 habitantes, gracias a 8.034.092 de metros cuadrados que iban a ocupar las nuevas 13.818 viviendas, 4 campos de golf y un par de helipuertos.
La euforia era total. Monóvar estaba atrayendo a la flor y nata de los empresarios de la construcción, incluidos algunos dueños y señores de equipos de fútbol. Y todo ello sin tener un nuevo PGOU que pusiera orden en el desaguisado que se veía venir.
En la actualidad solo un plan interior y un plan parcial se han llevado a cabo, pero con la particularidad que no se han realizado según las perspectivas previstas. Un ejemplo, el plan parcial preveía la construcción de 828 viviendas, en la actualidad no llegan a 60 las viviendas construidas.
La población de Monóvar no ha aumentado, más bien todo lo contrario. De los 12.624 habitantes de entonces a los 12.212 actuales.
Y con estos antecedentes, ahora nos llega la fiebre de las plantas fotovoltaicas. Los proyectos ya empiezan a presentarse y a darse a conocer. Algunos de aquellos promotores lo vuelven a ser ahora. Muchas de las tierras de entonces para viviendas y campos de golf pasaran a convertirse en huertos y plantas solares. Y, al igual que entonces, Monóvar está enfrascado en la revisión de su PGOU, sin que exista ninguna normativa, ni ordenanza que regule estas instalaciones.
Es de esperar que a nadie de la corporación municipal se le ocurra hacer las cuentas de la lechera y empiece a llevar el signo del euro en sus ojos, pensando en los futuros ingresos por ICIOs, tasas urbanísticas e IBIs, aunque la deuda este ahí amenazante.
Nota: “Hacerse las cuentas de la lechera”. Expresión que se utiliza cuando alguien empieza a imaginar cosas o hacer grandes planes de futuro, basados en imaginaciones de cosas que van a suceder y que son solo fantasías.